Algunos actuan, otros hablan y pocos piensan.
Yo me limito a observar.

Si muero mañana, no me extrañes, si en vida no lo hiciste, muerta ya no importa.

sábado, 23 de abril de 2011

Utópico

  El susurro del viento por encima de un campo de amapolas en flor, un saco de lentejas, garbanzos o judías donde poder meter la mano, un bar zarrapastroso de Malasaña, esas luces de navidad que colocan en los árboles, miles de envoltorios de caramelos, la ciudad entera desde la azotea, el olor del mar, un campo de centeno amarillo, la luna llena entre las copas de los árboles, una pared de ladrillo iluminada en la oscuridad, un Golden Retriever (ese perrito del anuncio de papel higiénico) con una pelota de plástico, el olor de ese champú del segundo estante, sí, ese que huele a flores, el viento agitando insistente el pelo, un sonajero colgando de una ventana, una librería de segunda mano, una vieja en un banco echando migas de pan, unos converse desgastados, que no sucios, un bol de helado de chocolate, viajar en el asiento del copiloto por una carretera vacía, el columpio del patio de atrás, una colección de conchas, erizos y estrellas de mar, montar olas totalmente desnuda, estar tumbada sobre la arena caliente, la caída de una gota de agua, comer copos de nieve, pisar las hojas marrones en un día nublado, terminarse un libro gordo, de esos de más de trescientas páginas, el maullido de un gato pequeño, la sonrisa de Liv cuando se despierta, las sandalias de cuero, un tatuaje de una mariposa de perfil, el mío, un jersey ancho de color gris, un carrete de fotografía, el autobús 126 por la mañana, la luz del sol reflejada en la cortina, el incienso de jazmín, el arroz con leche de mamá, las monedas de un céntimo, los ticket de transporte, los folletos de publicidad que te dan en Sol, el último y el primer día de clases, una vespa roja, un elefante, la sección de perfumes, las pipas Tijuana, una pared naranja, los imanes de la nevera, una tira de fotos del fotomatón, la sonrisa de los niños del tercer mundo, Waterhouse, una película francesa, el inglés de los australianos, un hombro a contraluz, las chancletas de goma, una hoja de laurel seca, el ballet de El Lago de los Cisnes, una noche neoyorquina, el yogur griego con mermelada de arándanos, un llavero de un cerdo rosa, figuritas de duendes de cerámica, pegatinas con frases curiosas, los números capicúa, revelar una foto y ver como las líneas negras aparecen sobre el papel blanco de manera misteriosa, mágica, los polvos de Campanilla, las nanas olvidadas, el tono de voz de cada persona, las listas de libros, la caída lenta de las hojas, los últimos segundos antes de quedarte dormido, sorprenderte ante algo bello, ver a alguien a quien has mirado mucho tiempo...
Descubrir que puedes hacer una lista interminable sobre cosas que hacen que el día a día, ese que se convierte en una monotonía aburrida de por sí, ese que parece que te ahoga arrastrándote por una corriente turbia.... al final, te valga la pena.

domingo, 17 de abril de 2011

Tic Tac

Corría por la calle oscura. Ya no se acordaba de lo que había ocurrido unos minutos antes. Una imagen le venía una y otra vez a la cabeza. Era ella, arrodillada, vomitando sobre unas plantas. Había mirado la hora, y llegaba tarde. Así que corría. ¡Qué absurda y patética! ¿Qué pensarán ahora de mí?
Y seguía corriendo, aunque las piernas le dolían y sentía punzadas, como si le hubieran pegado hasta hacerla explotar por dentro, ella, corría. ¡Qué sola! Las lágrimas se apelotonaban queriendo salir. Pero ella sólo corría, sin mirar atrás, sin entender nada, ya  no veía, y había perdido la noción del tiempo, que sólo se guiaba con el compás de su respiración. 
Ahora sólo podía correr.