Aquí, sentado, me pierdo en la claridad cegadora que entra por la ventana. Intento apagar las palabras que recorren la estancia, pues ya no son más que una sucesión de nimiedades que sólo intentan enriquecer esta eterna monotonía. Ya no veo una única idea con claridad, pues nos hemos convertido en corderos inertes de una realidad pasiva, que persistimos en crear, con escepticismo, en algo verosímil. Esta vida tan limítrofe pero de la que ni siquiera somos capaces de tomar control.
Aquí, sentado, en una silla verde, una copia más de un todo grotesco, me doy cuenta de lo insignificante de mi presencia. De la evidente acidez con la que hemos llegado a ser un simple ente numérico. Con qué ironía nos hablan y nos intentan encandilar hasta llegar a convencernos de formar parte de esa añorada hipocresía.
Aquí, sentado, la veo más allá, sonriente, cargada de una inocencia ingenua con la que se maquilla a brochazos. Ella, que, paradójicamente, busca entender todo lo que nos rodea, y que no lo consigue, quizá porque, inconsciente, se priva de ello, ansiando encontrar un mundo utópico en el que poder encogerse sobre sí y no ser vista.
Aquí, sentado, la quiero en silencio. Y quizá ella nunca notará mi enfermiza admiración.
Photo by Neil Krug